Llegamos a San Jerónimo como a las doce del día y empezamos a subir,
nunca pregunte hasta donde llegaríamos (ahora entiendo que fue lo mejor...), solo camine y resople como el resto que iba detrás mío. Pronto me encontré repitiéndome "tú puedes, Rocío", "no mires lo que falta sino lo que has avanzado" y así, todas esas frases que creí guardadas en el cajón de las terapias infantiles. Finalmente, pare en muchísimas partes y descubrí un placer infinito al descansar (si había suerte sobre una piedra chata) y ver el horizonte, verde, verde, verde.
Cuando llegamos a las cataratas sentí un gran alivio, no solo porque había agua, sino también porque pronto acamparíamos, y así fue. Encontramos una llanura donde podíamos dormir, un poco inclinados pero junto a la catarata. Eran las seis de la tarde y estoy segura que más de uno estaba tan cansada como yo.
Después de armar las carpas empezamos a conversar, fue gracioso, porque no conocía a nadie, y sin embargo en todo momento me sentí protegida. Todos eran cooperativos hasta la exageración, y una se fuerza a ser buena también. De una individualista radical, pase a ser una aplicada scout, deseosa de dar y ayudar (aunque sinceramente, me tome las leches chocolatadas dentro de la carpa). Comimos tallarines con Tuco, me empache con los cavanossis de Danilo y cuando tome el flan caliente fue la gloria. Lejos de todo, bajo una noche maravillosa, con gente lindísima, es suficiente y demasiado a la vez.
El broche de oro, fueron las estrellas, alguien dijo que el cielo era una estrella con puntos negros (o algo asi), y tenia razón. Sacamos los sleepings al pasto y arreconchumados unos contra otros miramos el cielo inmenso, esperando ver a ese ovni que jamas apareció y contando las estrellas fugaces que caían.
Luego el sueno, y la certeza de que vivir es mucho mas simple de lo que se cree.